Imperio Otomano. Decadencia, parte II (1566-1789) (4)


El texto está extraído ítegramente de la wikipedia (en español y turco).


LA DESMEMBRACIÓN DEL EJÉRCITO Y LA ADMINISTRACIÓN
Durante la segunda mitad del siglo XVII, los soldados profesionales que hasta ese momento dedicaban toda su vida al ejército y estaban obligados a vivir en celibato, pidieron y ganaron los derechos al matrimonio, a vivir fuera de sus barracones y a complementar sus salarios cada vez más pequeños con la adquisición de un oficio o de iltizams. Después de asegurarse de que sus hijos se pudieran enrolar en el cuerpo, los jenízaros se movieron para acabar con el devşhirme (el último fue en 1637). A pesar de que el cuerpo de los jenízaros aumentó de 12.000 al principio del reinado de Suleyman a 200.000 allá por el siglo XVII, su convirtió en una fuerza prácticamente inútil. Cuando las guerras pasaron de ser victoria y botín para convertirse en derrotas y pérdidas territoriales, los jenízaros se desmoralizaron y se negaron a luchar. También eran reacios a adoptar las armas y técnicas modernas que venían de Europa. Así pues, a pesar de la ineptitud militar los jenízaros se hicieron cada día más fuertes y osados a la hora de intervenir en política para prevenir que ningún gobernante les quitara los privilegios.

Se suma a esta crisis militar la de la administración, caracterizada por el paso de un sistema basado en el mérito a otro sistema de sobornos y mecenazgo. La inflación, así como las guerras, trajeron como consecuencia que el habitual superávit de las arcas públicas se convirtiera en déficit año tras año, por lo que los sultanes y sus ministros empezaron a pedir «regalos» a los que buscaban un puesto en la administración, como medio para incrementar el tesoro. Quizá los primeros candidatos debían poseer alguna habilidad, pero con la desaparición de devşhirme los cargos iban para el que aportara el soborno más abundante, independientemente de sus méritos. Los compradores del iltizam y otros cargos se dispusieron a conseguir beneficios, por ejemplo subiendo los impuestos todo lo que podían. Fue así como el nepotismo y la corrupción se extendieron por toda la administración otomana.

Esta situación se agravó por el notable aumento de la población del imperio durante el final del siglo XVI y a través de casi todo el siglo XVII, como parte del desarrollo demográfico general que tuvo lugar en la mayor parte de Europa en el mismo periodo. Como los medios de subsistencia no solo no aumentaban sino que disminuían en relación a las condiciones políticas y económicas entones vigentes, el resultado fue la miseria y la aparición de trastornos sociales cada vez mayores. A esto se suma el mal gobierno de los detentores de timars y los multazims, demasiado interesados en recuperar sus propias inversiones y conseguir los máximos beneficios en el menor tiempo posible. Los agricultores que no podían hacer frente a los altos impuestos eran sacados de sus tierras, momento en el que podían hacer frente a tres posibilidades: o bien eran trabajadores de alquiler en grandes fincas, formando una nueva clase de campesinos sin tierras; otros acudían a las ciudades donde alimentaban las filas de mendigos sin empleo que protagonizarían una serie de revueltas durante el siglo XVII; y la tercera opción para los campesinos desposeídos de sus tierras era unirse a bandas de ladrones, normalmente encabezadas por un antiguo sipahi. Durante el siglo XVII estas bandas se hicieron comunes en las zonas montañosas de los Balcanes y Anatolia, financiándose con incursiones a las granjas que todavía eran productivas. En algunos casos llegaron a exigir el pago de impuestos a los habitantes de la zona y formaron su propio gobierno regional, que sustituyó y desafió al del sultán. En este contexto, con la administración y el ejército cada vez más corruptos y más débiles, el vasto territorio perteneciente al Imperio Otomano no podía ser controlado con eficiencia por el gobierno central. Los imperios vecinos, como Austria, Rusia e Irán se aprovecharon de la debilidad otomana para agenciarse todo el territorio que pudieron.


POLÍTICA RELIGIOSA
Con respecto a la religión en el Imperio Otomano, el Islam hizo avances positivos durante su periodo de expansión y florecimiento. Durante el periodo de crisis, sin embargo, la jerarquía islámico-otomana, ahora rígidamente centralizada y burocratizada, parece haber desarrollado un papel histórico más bien negativo, al menos bajo la perspectiva de los que intentaron modificar y modernizar las instituciones otomanas. El ulema principal mostró e impuso un espíritu de estrechez y rigidez mental. Por otro lado, la integración de la jerarquía religiosa en la administración otomana puso a los ulemas en estrecho contacto con la corrupción que se estaba empezando a expandir entre los recaudadores de impuestos y otros sirvientes civiles. Más de un dignatario religioso sucumbió a la tentación de amasar su fortuna personal, desviando los ingresos, adquiriendo iltizams y usando su dinero para vivir en el lujo.

Como ciertas familias de los ulemas otomanos se convirtieron a algo así como una aristocracia religiosa, su poder vino a ser social y económico más que moral. Durante el periodo de declive, la jerarquía religiosa dentro del Imperio Otomano pareció haber renunciado a su superioridad moral a favor de los sufíes, que continuaron expandiéndose entre 1500 y 1750. La orden Bektashi, tan extendida entre los jenízaros, empezó a ser identificada con este cuerpo. Mientras tanto las ordenes sufíes, más radicales, se dirigían a las zonas rurales y a las clases más bajas. Muchos ulemas siguieron condenando actividades como la música, la danza, beber café, fumar tabaco o hachís, practicas que aparecieron en el siglo XV y XVI en el contexto de las ceremonias sufíes. En el siglo XVIII con muchos de los ulemas asociados a la corrupción y debilidad del gobierno central otomano, muchos sectores de la población miraron a los líderes populares sufíes en busca un guía moral.


PÉRDIDAS TERRITORIALES
A todo esto se añadió además un nuevo factor de decadencia: la debilidad del gobierno central llevó a la pérdida de control de la mayoría de las provincias a manos de los gobernantes locales, que asumieron en control más o menos permanente de grandes distritos, incluso de provincias enteras durante largos periodos de tiempo. Pudieron mantener su autoridad no solo porque el gobierno otomano no disponía de recursos militares para sujetarlos, sino también por el apoyo del pueblo, que prefería ser gobernado por tales déspotas locales que por los corrompidos e incompetentes funcionarios otomanos. A su vez, estos gobernantes locales fueron capaces de consolidar sus posiciones aprovechando las fuertes corrientes de nacionalismo local que estaba empezando a surgir entre los diversos grupos étnicos.

Estos jefes locales ejercían un poder casi completo en sus territorios, recaudando los impuestos locales para sí mismos y enviando sólo pagos nominales al gobierno central, por lo que resultaba muy difícil alimentar a la población de las ciudades. La reacción otomana fue enfrentar a los rebeldes locales entre sí y aprovechar la influencia de la ayuda otomana, que lograba que se siguiera reconociendo la autoridad del sultán, así como el Tesoro ganaba buenos pagos regulares en moneda o en especies por parte de los jefes locales. Debido a que gran parte de lo recaudado iba a parar a manos de los que controlaban el gobierno central para provecho personal, el Tesoro seguía sufriendo escasez de fondos y la población de las ciudades escasez de alimentos y de otros productos. Por este motivo esta era una masa inquieta, mal gobernada, anárquica y violenta, que muchas veces linchaba y asesinaba a los funcionarios de la administración. Los jefes de palacio no se oponían demasiado a estas ejecuciones, ya que les permitía conseguir ganancias al otorgar el puesto al aspirante con el mejor soborno.

En general, la mayoría de los otomanos no veía la necesidad de que el imperio cambiara para superar las condiciones críticas de la época, ya que obtenían beneficios personales de la anarquía existente. Además, la característica básica de la mentalidad otomana era el completo aislamiento en su esfera y la falta de conciencia de lo que sucedía fuera de ella. Europa quedaba fuera de la referencia debido a la creencia en la superioridad absoluta de la sociedad otomana sobre el mundo infiel en todos los aspectos. De este modo, los avances en todas las materias que se producían en Europa fueron totalmente desconocidos en la esfera otomana. El único contacto que tuvieron con Europa fue en el campo de batalla, y las derrotas del ejército otomano eran achacadas a un fallo en el empleo de las técnicas antiguas que habían propiciado tantas victorias más que al hecho de que se estaban quedando atrás en las técnicas militares con respecto a Europa.

Bien es cierto que algunos otomanos rompieron, al menos parcialmente, este aislamiento durante el siglo XVIII a través de cierto número de canales que se establecieron con Occidente. Un reducido número de embajadores otomanos fueron enviados para firmar tratados y participar en negociaciones y, aunque no se quedaban mucho tiempo, fueron los primeros en comprender algo de lo que pasaba en Europa. Además al Imperio Otomano llegaban mercaderes, viajeros y cónsules, por lo que a los otomanos les fue imposible seguir evitando este contacto. Fue poco a poco como las costumbres y saberes europeos empezaron a entrar entre las clases dirigentes. Hasta cierto punto esto marca el comienzo del conocimiento de Europa, pero se trata de un hecho de alcance limitado, ya que entre las masas permaneció como totalmente extraño e indeseado.

A partir de entonces, los otomanos descubrieron que su poderío militar (basado en la disciplina de la infantería de jenízaros y la caballería de Sipahi) estaba naufragando, y resolvieron abrirse a la diplomacia occidental. De esta manera, los comerciantes cristianos de Constantinopla (los fanariotas) se abrieron paso en la administración otomana. Este proceso duró todo el siglo XVIII, pero motivó el surgimiento de la Gran Idea de reemplazar el Imperio Otomano por un Imperio Griego. Los griegos se alzaron en armas a comienzos del siglo XIX y obtuvieron su independencia en 1823, pero jamás llegaron a concretar la Gran Idea. Los otomanos se volvieron más fanáticamente musulmanes que nunca, y se enredaron irremisiblemente en el juego político de las potencias coloniales de Occidente, al tiempo que sobrevivía a las sublevaciones que sus propios jóvenes oficiales, educados en el arte de la guerra occidental, promovían en nombre de esos mismos valores occidentales que habían recibido. El "hombre enfermo de Europa", como se calificó al Imperio, sobrevivió aún tres cuartos de siglo más, gracias al apoyo de Inglaterra (que necesitaba a los otomanos para contrarrestar las ambiciones de Rusia de alcanzar el Mar Mediterráneo). Esto no impidió que los otomanos perdieran virtualmente la administración de Egipto, al tiempo que los pueblos cristianos de los Balcanes (Serbia, Rumania, Bulgaria y Albania) se fueran independizando uno detrás de otro.


Partes del artículo:
  1. Origen y expansión (1071-1451)
  2. Conquista de Costantinopla (1451-1566)
  3. Decadencia, parte I (1566-1789)
  4. Decadencia, parte II (1566-1789)
  5. Reestablecimiento y reforma (1789-1909)
  6. Guerras Balcánicas y 1ª Guerra Mundial (1909-1918)
  7. Guerra de la Independecia de Turquía (1918-1924)

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